
Dicen que las grandes crisis (personales, coyunturales, económicas, etc.) son una gran oportunidad para lanzar nuevos proyectos, redefinir y reconducir los existentes y plantear nuevos enfoques personales y profesionales.
Allá por 2015, andaba yo inmerso, no sé si en una crisis, pero sí en un momento difícil en mi vida, tanto en lo personal como en lo profesional, donde en absoluto me sentía satisfecho con lo que estaba haciendo.
La verdad es que no le encontraba demasiado sentido a mi “carrera”, por considerar que, más allá de las económicas, no satisfacía ninguna de mis otras necesidades vitales. Es decir, ninguna de esas inquietudes y emociones que nos mueven por dentro, que hacen que el estómago se te encoja, y que de alguna manera y por algún motivo, te dan fuerza y energía en los momentos de flaqueza, y te hacen vivir con una sonrisa en la cara.
En definitiva, y sin querer ponerme filosófico, aquello que verdaderamente le da un sentido a la vida.
Así que un día decidí que eso no podía seguir así, y me dispuse a hacer un “profundo ejercicio de reflexión” que básicamente consistió en, literalmente, ponerme delante de un espejo, mirarme a los ojos y preguntarme en voz alta:
“A ver David, no puede ser tan difícil… ¿qué te ha gustado hacer siempre?”.
Me sorprendió lo rápido que surgió la respuesta: “¡Ajedrez!”, aunque mirándolo en retrospectiva, fue una contestación de lo más normal, ya que es un juego que me ha fascinado desde crío.
“Muy bien”, me dije.
“¿Y qué quieres hacer con el ajedrez?...porque para ganarte la vida con ello, te faltan unos cuantos puntos ELO (sistema de puntuación que mide el nivel ajedrecístico) y te sobran casi el mismo número de años”.
“¡Niños…enseñanza!”, contesté. Siempre me ha apasionado el conocimiento, aprender,…y desde joven, siempre se me dio bien explicar y compartir conocimiento (recuerdo con tremenda felicidad mi primer año de carrera, financiado en gran parte por las clases particulares de inglés y matemáticas que daba a chic@s de todas las edades).
¡Así que ya estaba! Tan sencillo como eso. Decidí que impartiría un curso (gratuito, obviamente) de iniciación al ajedrez para niños de cualquier edad. Fui a la biblioteca de mi localidad, expuse la idea, les pedí una sala cualquiera una hora los sábados por la mañana, colgué unos carteles, indiqué una fecha de inicio, y allí me presenté el día indicado, con un tablero y una caja de fichas bajo un brazo, y abrazando a mi hija con el otro.
Así, lo que empezó como un taller de iniciación al ajedrez, que debía de durar no más de un mes, e inicialmente destinado únicamente a mi hija y a su mejor amiguito, acabo siendo un curso en toda regla de 6 meses de duración, con hasta 10 alumnos, algún padre, 5 tableros, libros de texto, apuntes, ejercicios,…y hasta una fiesta final de curso, con entrega de trofeos, asistencia de todos los niños y sus padres, y regalo incluido de éstos: una botella de vino de la que rendí buena cuenta, y una hermosa foto enmarcada (a la que ahora mismo estoy mirando), mía con los chicos y con el texto:
“Gracias por transmitir grandes conocimientos a nuestros hijos”.
Vuelvo a mirar la foto, y pienso que de todas las cosas que he hecho en mi vida (y puedo decir que he hecho bastantes), creo sinceramente que es una de las que me siento más orgulloso, y que sin lugar a dudas, más me llenó y realizó como persona.

Era finales de junio de 2015 y empezaban las vacaciones de verano, aunque por supuesto, únicamente para nuestros hijos ya que nosotros los adultos teníamos que seguir con nuestra larga travesía por el desierto, tan solo aliviada por 1, 2 o en el mejor de los casos, 3 semanas de vacaciones en forma de oasis.
Llegó septiembre, y con él, de nuevo ese runrún en mi cabeza. Bueno, no solo en mi cabeza, sino también en mi alma, esencia y corazón.
“¿Qué hago ahora?”, pensé. Me planteé, y me plantearon, repetir la experiencia del taller de ajedrez, llevándolo quizá a un nuevo nivel de organización etc. Y lo consideré profundamente, pero sentía que tocaba hacer algo nuevo. Pasaban los días y no avanzaba sobre qué hacer y cómo, y una tarde me volví a acordar de mi gran amigo “espejo, espejito mágico”, que tan buenos consejos me había dado unos meses antes.
No tuve que llamarle la verdad, porque es de esos amigos que siempre están ahí, pacientes y dispuestos a ayudarte cuando sea que los necesitesJ.
Así que llegué a mi cita, le/me saludé y volví a hacer la pregunta.
“¿Y ahora qué David?¿Qué hacemos ahora?”.
De nuevo la respuesta fue muy rápida y sencilla: “Pues seguir”.
“¿Seguir en qué?”, pensaba yo…
Y yo mismo me contesté:
“¡¡Pues con lo que te gusta!!...te gusta el conocimiento, la cultura, aprender y enseñar, jugar…y además tienes el absoluto convencimiento de que la educación es el único camino para mejorar la vida de las personas, y ayudar así a construir una sociedad y un mundo mejores, más justos y equitativos”.
En ese momento decidí que dedicaría el resto de mi vida a aportar mi granito de arena a un mundo mejor a través de la educación.
En ese momento nació future genius®.

We Play Big! We Dream Big!
by future genius® team

En future genius® soñamos con un mundo mejor, más justo y equitativo, y en mejorar la vida de millones de
personas a través de la educación.
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Comentarios3
Muy buena reflexión. Esperando el siguiente post.
David!!!, Me encantó tu historia!,
Esta clarísimo que lo de explicar y compartir, se te da muy bien!, , y sobretodo lo que te sale del corazón. Eres una gran persona y junto a esta gran familia de future genius, que te acompaña, ya están haciendo un mundo mejor!👌🏻🌈😘
¡Gracias por tus palabras Carol!
Perdona que haya tardado en contestar, pero aquí voy, poco a poco familiarizándome con el uso del blog, y cogiendo la rutina de escribir periódicamente.
Ya sabes, los recursos son limitados…¡¡¡y hay tanto que hacer!!!
Comentarios como el tuyo, me/nos animan a seguir.
Seguimos soñando y seguimos trabajando por un mundo mejor.
¡GRACIAS!
future genius®
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